La exposición a la competencia, la expansión de los mercados y un mejor acceso a insumos, son algunas de las ventajas que brindan las Cadenas Globales de Valor 


Según un reporte del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la revolución de las tecnologías de información y las comunicaciones (TIC) y el avance de las políticas de liberalización comercial de los años noventa facilitaron la fragmentación internacional de los procesos productivos, consolidando el modelo de cadenas globales de valor (CGV).

 

Esta estrategia permitió a las grandes empresas multinacionales distribuir sus eslabones de producción por el mundo, en búsqueda de ganancias de eficiencia productiva. Para los países en desarrollo, la evidencia empírica muestra que la integración en cadenas de valor puede tener efectos positivos sobre sus niveles de productividad global y sobre sus posibilidades de transformación productiva, al permitirles especializarse en ciertos eslabones de una cadena, sin necesidad de desarrollar toda una industria en sus territorios.

Estos efectos se derivan de aspectos relacionados al comercio internacional (como la exposición a la competencia, la expansión de los mercados y un mejor acceso a insumos), y también de la mayor interacción entre las empresas integradas a las cadenas de valor. Así, las vinculaciones que se establecen entre los participantes en ellas son una fuente potencial de derrame de conocimiento y ganancias adicionales de eficiencia, que favorece a la innovación y al crecimiento de la productividad. Más aún, las capacidades adquiridas por participar en cadenas de valor pueden incluso dar lugar a nuevos negocios en otras cadenas.

Con estos antecedentes, desde inicios de los años 2000, los países de la región empezaron a diseñar políticas para facilitar que más empresas locales puedan insertarse en alguna cadena, y aprovechar al máximo las ventajas de participar en ellas. Este fuerte proceso de crecimiento que tuvieron las cadenas de valor en los noventa y que se prolongó durante los años 2000, se vio interrumpido ante la crisis financiera de 2008. A partir de ese momento, el modelo entró en una fase de estancamiento, que fue reforzada más tarde por otros eventos de impacto global, como la pandemia del COVID-19 y la guerra entre Rusia y Ucrania.

Estos acontecimientos fueron moldeando un nuevo contexto que redefine no solo la lógica de operación de las cadenas de valor desde el punto de vista privado, sino también la forma en la que los países deben diseñar sus estrategias de desarrollo.

Estos autores argumentan que originalmente estas organizaciones surgieron y se desarrollaron siguiendo el imperativo de alcanzar la eficiencia, que fue central para su modelo de operación durante décadas. Actualmente, el modelo enfrenta un entorno económico y geopolítico diferente que lo vuelve a poner en la discusión de los hacedores de política y de distintos actores sociales. Estos cambios en el entorno determinan dos nuevos imperativos para el modelo de cadenas de valor, adicionales al de eficiencia.
Por un lado, ante las crecientes preocupaciones sobre los efectos ambientales y sociales, aparece el imperativo de sostenibilidad, entendido como la necesidad de que el impacto derivado de estos efectos sea considerado en todas las decisiones de producción de las empresas.

De esta manera, las cadenas de valor deben cuidar de sus impactos ambientales (e idealmente, contribuir positivamente a los efectos del cambio climático), y sus actividades deben ser compatibles con el bienestar de trabajadores de diferentes calificaciones y de grupos de la población, como mujeres, jóvenes y diversas minorías. El imperativo de la sostenibilidad se asocia a un reconocimiento de los costos sociales de producción, y también abre nuevas oportunidades de generar mayor valor agregado en diferentes eslabones de las cadenas.

Segundo, derivado principalmente de los efectos de la pandemia y de consideraciones geopolíticas, las cadenas de valor deben asumir el imperativo de resiliencia, que se refiere a su capacidad de recuperarse rápidamente frente a shocks que afecten su funcionamiento. Esta capacidad tiene que ver sobre todo con la adopción de nuevas tecnologías y cambios organizacionales. Dado que la producción en cadenas es compleja y requiere la coordinación de todas las partes involucradas, una falla en un eslabón tiene efectos tanto en las etapas anteriores (aguas arriba) como posteriores (aguas abajo).

Esta vulnerabilidad de las CGV frente a shocks, cada vez más frecuentes, afecta tanto a productores como consumidores, al punto de que estos últimos pueden ver afectadas sus posibilidades de acceso a los productos. Las consideraciones descritas determinan un nuevo modelo de operación para las CGV. Producir bajo este triple imperativo de eficiencia, sostenibilidad y resiliencia es ahora una condición necesaria para que los avances de la globalización no se detengan y sus beneficios puedan alcanzar a toda la sociedad.

Por lo tanto, el nuevo contexto abre espacios de interés para que los gobiernos implementen políticas de desarrollo productivo (PDP) sostenibles, desde un punto de vista ambiental y social.